jueves, 14 de enero de 2010

Tu mirada me hace grande

Cerró los ojos y arrugó la nariz ante aquel perfume inconfundible. Sabía perfectamente a quien pertenecía. De hecho, sabía mucho más. Lo sabía todo de ella.

Se levanto de aquella cama, donde minutos antes se había sentado para disfrutar de aquel momento tan poco habitual. Con pasos pesados se fue acercando a la puerta, y a pesar de que su intención era salir de allí, había algo dentro de esa habitación que lo arrastraba a quedarse. "No. Basta. Podría venir en cualquier momento". Agarró el pomo de la puerta con decisión y tras volver a echar un último vistazo rápido a la estancia, salió por fin.

-¿Se puede saber donde te habías metido?

Se inventó una simple escusa para responder a la pregunta de su amigo, y entre risas, ambos se dirigieron por aquel gran pasillo hacia el salón, donde aguardaban el resto de invitados.

Y entonces, la vio entre la gente. Saludando a unos y a otros, siempre con su eterna sonrisa. Sencilla, pero elegante como la que más. Ni siquiera el hecho de que estuvieran allí todos aquellos hipócritas y estirados, conseguía enturbiar su presencia. Tenía claro, o eso creía, a lo que había venido. Lo que no había planeado era como conseguiría su objetivo.

Eran exactamente iguales. A ninguno de los dos les importaba lo que pudieran decir los demás, y les encantaba buscarse problemas. Compartían también sus ganas de salir corriendo de aquellas aburridas fiestas de "amigos" en las que solo importaban las apariencias. Definitivamente, no eran como ellos. Bueno, es posible que si que tuvieran el mismo nivel adquisitivo. De hecho, en ese aspecto, todos los que estaban allí eran probablemente muy parecidos. Sin embargo, nunca les había gustado ese sentimiento de superioridad que gastaban la gran mayoría de ellos.

La siguió con la mirada hasta que finalmente consiguió que ella reparara en él. Una breve sonrisa cruzo su rostro. Estaba aun mas guapa que la última vez. Después de saludar por cortesía a unos cuantos invitados más, se acerco a el con una amplia sonrisa.

-Vaya, creo que soy el hombre mas afortunado del mundo...
-Ven aquí, idiota.- Y se lanzó hacia el para abrazarle.
-¿Ya estás cansada de tanto hipócrita, doña anfitriona?
-Sabes que son mis padres los que me obligan a estar aquí.
-Vámonos entonces.- Le tendió una mano.
Lo dijo tan convencido que, sin perder la sonrisa, agarro su mano, y fue ella misma la que salió corriendo en dirección a la puerta de la cocina mientras tiraba de él y esquivaba a algunos invitados.

Se pasaron la noche recorriendo las calles de Madrid entre risas y canciones que les hacían sentir bien. Hablaron de todas y cada una de las cosas que habían pasado desde la última vez que se habían visto. Sentados en el banco de un parque, se dedicaron a criticar uno por uno a los invitados que mas odiaban. En definitiva fue una noche inmejorable. "¿Por que estropearla?" se repetía a si mismo en el momento de despedirse. Lo era todo para él, y le bastaba con compartir con ella momentos como los de aquella noche. Además, ¿por que no reconocerlo?. Tenía miedo. Miedo de perder aquello tan especial que tenían y de que nada volviera a ser como antes. Quizás era mas sencillo dejar todo tal y como estaba. Al fin y al cabo, así le bastaba para ser feliz...


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